Burgos, poblada por mandato regio y con un fin puramente militar, sometida directamente a los Reyes de León y con el gobierno prudente de D. Diego, tardó poco en adquirir lugar preeminente entre los demás Condados.
Populare, poblar y no expunganare, conquistar, es la palabra que usaron las crónicas al hablarnos de la fundación de Burgos. Pronto desde el siglo IX y X, a las casas y diversos pobladores que allí vivían antes de la Reconquista se unieron los nuevos dueños de los terrenos repartidos por el jefe militar, como obligada retribución por los servicios de guerra, según el método de la pressura.
En principio no cambió substancialmente el paisaje de la Ciudad. Continuaron los pequeños núcleos de población esparcidos por la ladera del Castillo y la vega del Arlanzón: San Martín, Nuestra Señora de la Rebolleda y San Zadornil al noroeste; Santa Cruz, Santa Coloma y San Juan Evangelista, en el centro de la cuesta; La Magdalena y Santa Cruz, en los llanos del río. El número de habitantes aumentó, pero la población siempre se reunió en la ladera sur del Castillo.